jueves, julio 27, 2006

Un cuento republicano

El fin de semana prometía ser tan enriquecedor y emotivo como había imaginado, pensaba Mar mientras contemplaba desde la orilla del Ebro cómo las casas de Miravet trepaban arracimadas por la colina, igual que si quisieran alcanzar el castillo que dominaba la apacible ribera soñando con historias de mil batallas, entre la mágica energía que habían buscado los templarios y que no había ayudado a los republicanos.
La joven inhaló una gran bocanada de aire puro. Se sentó en una roca, cerca del agua, dejándose envolver por los ecos de la historia y el misterio, con la pequeña Zoe, su hija de apenas dos años, acomodada sobre sus rodillas. Era una niña preciosa, tan inquieta como ella y con los expresivos ojos de su padre, aquellos con los que la había mirado sonriente poco antes de la manifestación altermundista donde había caído debido a un exceso de celo policial. Mar miró al cielo.
Lo hicimos bien, Cristian, después de todo. Es tan inteligente, tan especial... Pero aún no podía enfrentarse a sus recuerdos, así que dejó en en el suelo a la pequeña (que ya quería corretear de nuevo) y se concentró en las impresionantes vistas.
La mañana había sido muy agitada. Una plataforma de asociaciones republicanas (con las que colaboraba el Partido Comunista, donde militaba la joven) habían organizado unas jornadas para recordar a los que habían caído allí mismo, hacía ya casi siete décadas, luchando por la libertad frente al yugo fascista, defendiendo hasta la muerte sus ideales de libertad e igualdad. La última resistencia de la República frente al sublevado Franco se produjo en aquel lugar. Después...
Después el caos, la humillación, el olvido... Había llegado el momento de que recibieran su merecido homenaje. Había llegado la hora de hundir los intentos partidistas de desmemoria, últimamente tan vigentes en ciertos medios de comunicación.
Oriol y Roger, dos de sus compañeros, estaban patéticamente graciosos con sus uniformes de milicianos; con vocación de actores, quizá más bien de payasos, los dos jóvenes habían participado en una recreación del paso del Ebro, emulando la famosa foto de Capa. En ello estaban todos cuando los gritos de El Rubio, aficionado como siempre a meterse donde no le llamaban, les sacaron de su ensimismamiento guerrillero-teatral-histórico: por lo visto, había encontrado un obús oxidado muy bien enterrado en el lodo del río. Aquello, después de todo, no dejaba de ser bastante habitual; los campesinos de la zona acostumbraban a recoger patatas, zanahorias y obuses en la misma medida.
Antes de la comida, una paella improvisada servida grandes mesas montadas sobre la orilla, las lágrimas habían saltado de muchos ojos perfectamente bregados en las incidencias de una vida de lucha política, durante el acto en honor de los milicianos supervivientes y los brigadistas internacionales, que habían acudido desde los puntos más dispares del globo. Después, algunos de los organizadores decidieron echarse una siestecita en el campamento montado junto al río, para prepararse para las conferencias y proyecciones de aquella tarde y para la visita turística a los enclaves de la batalla del Ebro del día siguiente. Pero Mar, a quien la inactividad la aburría bastante, decidió coger a Zoe y hacer una excursión por la zona. Deseaba enseñarle a su hija las vibraciones de aquella comarca esotérica, sentir el mensaje que aquellas piedras milenarias podrían comunicar a su mente agotada por el exigente compromiso político y por los traumas del pasado... Se había distraído unos segundos en esos pensamientos y de pronto comprendió que había perdido a la niña de vista. Rápidamente, se levantó y oteó la zona, sin resultado.
–¿Zoe? ¡Zoe! ¿Dónde te has metido?
Silencio.
–¿Zoe? –gritó Mar otra vez.
Silencio de nuevo. La joven dio un salto y corrió arriba y abajo buscando a su hija, con el corazón a punto de saltársele por la boca.

–Mami, mami –Mar escuchó por fin aquella melodiosa voz infantil. Zoe estaba llorando.
–¡Zoe! Quédate quieta que ahora voy –el sonido procedía de unos matorrales cercanos al río que ocultaban un grupo de rocas. Vio un hueco pequeño entre las piedras y comprendió que, sin darse cuenta, se había alejado mucho del campamento. Entrevió a Zoe dentro, mirándola con expresión compungida–. Pero ¿cómo has podido meterte ahí, criatura?
–No lo sé –respondió la niña inocentemente–. Me he caído. Y me he hecho daño.
–Está bien, mi vida. Ahora te saco –Mar observó las rocas, que se apoyaban en una pared de la colina, de unos tres metros de altura. La grieta que medio ocultaban era suficiente ancha para que pudiera pasar una niña pequeña, pero no una mujer adulta, aunque fuera tan menuda como Mar. Afortunadamente, y a pesar del peso, pudo correr una de ellas lo suficiente para deslizarse por la abertura, sin más incidentes que un par de desgarros en la ropa. Una vez en el interior se precipitó a abrazar a la niña, no sin antes comprobar que no había sufrido más daños que un superficial arañazo en un brazo.
–Que sea la última vez que te escapas sin decirme nada. ¿Por qué tienes que ser tan curiosa? Un día te vas a hacer daño de verdad –la regañina era más cariñosa que autoritaria.
Entonces Mar se dio cuenta. La escasa luz que entraba por la abertura por la que había pasado iluminaba unas escaleras gastadas, esculpidas en la piedra, que descendían hasta quién sabía dónde. El corazón le dio un vuelco con la emoción del descubrimiento. Pero miró a la niña y decidió que no era el momento.
–Vámonos de aquí.
–¡No! ¡Quiero bajar!
–Ni hablar de eso. ¿Es que no has tenido bastante? Puede ser peligroso. En todo caso, ya vendremos mañana –mentía. Sí que pensaba ir, pero desde luego no con la niña.
-¡No! ¡Quiero ir ahora! –de un bote, Zoe se desasió de su madre y bajó ágilmente por los escalones, con Mar pisándole los talones mientras refunfuñaba que por qué, maldita sea, aquella niña tenía que parecerse tanto a su padre.
Las escaleras descendían en línea recta y la tenue luz del exterior llegaba hasta bastante adentro. El suelo estaba seco, aunque el olor a humedad flotaba por todas partes. De pronto, el pasillo dio un giro hacia la izquierda y la oscuridad fue total.
–¡Zoe! ¡Vuelve!
–Aquí hay luz, mami –la voz provenía de más abajo.
Efectivamente: Mar y la niña accedieron a una sala grande, excavada en la roca, con pilares que reforzaban una techumbre de madera. En las paredes habían unas cuantas lámparas parecidas a las de las minas. Aquello debía ser una especie de silo o almacén, con decenas de barriles cuyos rótulos rezaban que el contenido era grano, harina y frutos secos. Otros, al parecer, contenían pólvora. También había estanterías con fusiles, cajas con munición y granadas de fragmentación. Todo ello respiraba un aire arcaico, favorecido por la multitud de grotescas telarañas que colgaban por todas partes. Otros recipientes abiertos, dispuestos contra las paredes, contenían latas de conserva que por el aspecto debían haber caducado hace siglos. La estancia estaba dominaba por un inmenso cartel que presentaba el dibujo de un soldado con su fusil, un obrero con su llave inglesa y un campesino con su hoz. Tierra y Libertad, se leía bajo la imagen. Mar, que no daba crédito a sus ojos, sintió de repente cómo se le erizaba el vello de la nuca. Percibía una presencia.
–¡Alto! ¿Quién va? –la voz era grosera, grave y cascada.
Mar y Zoe se giraron lentamente, asustadas.
–¿Quiénes sois? ¡Ah, vaya, una mujer y una niña! ¿Qué demonios hacéis aquí? ¡Vamos, identificaos en nombre de la República, u os pego un tiro!
Un anciano de cerca de noventa años que había salido de un espacio entre las cajas, ataviado con un uniforme de miliciano raído y un casco republicano, sostenía con evidente dificultad un fusil; debido al parkinson que sin duda sufría, su puntería podía ser impredecible. Llevaba una barba larga, sucia, enredada y canosa, su piel era de una transparencia y una palidez extremas y sus ojos lechosos mostraban tremendas cataratas. Zoe se escondió detrás de su madre, aunque sin dejar de mirar al extraño sujeto. Mar intentó calmarse y optó por hablar.
–Me llamo Mar y ella es mi hija Zoe. No dispare, por favor, señor. No hemos venido aquí a hacerle daño. Hemos caído aquí por accidente.
–¿Por accidente? Nadie entra aquí por accidente. ¡Sois espías nacionales!
–¡Somos comunistas, viejo feo! –Zoe respondió frunciendo el ceño.
–¡Zoe! –Mar apartó con la mano a la pequeña para ocultarla totalmente detrás suyo. El anciano bajó el fusil, sin retirar el dedo del gatillo.
–¿Es cierto lo que dice la niña? La voz de la infancia es la voz de la verdad. Está bien, demostradlo.
A Mar, que no llevaba encima su carnet del partido, no se le ocurrió nada mejor y empezó a cantar La Internacional, con Zoe haciéndole coros en el estribillo. El viejo rió mostrando una castigada, casi inexistente ya, dentadura.
–Al menos sois divertidas. Sentaos –improvisó unas cajas vacías como taburetes para los tres. Sin soltar el fusil, les preguntó.
–¿Cómo va todo? ¿Marcha bien la batalla?
Mar se quedó completamente atónita.
–¿Qué batalla?
–¡Por Durruti, chiquilla! Ahí fuera están mis camaradas luchando por sus vidas para evitar que los nacionales tomen Cataluña.
Aquello sólo podía ser una broma pesada, decidió la joven.
–Señor, perdóneme, pero no hay ninguna batalla ahí fuera.
El viejo permaneció en silencio durante varios segundos, asimilando aquella información. Al final habló de nuevo.
–Ha pasado mucho tiempo, ¿no es así? En el fondo, lo sospechaba.
Ella contestó, dispuesta a desentrañar el misterio.
–¿Desde cuándo está aquí?
El viejo se encogió de hombros.
–La verdad, no lo sé. Me llamo Robert Harris. Pertenezco a la División 11, compuesta en su mayor parte por brigadistas internacionales. Mis camaradas. El capitán Eloy me encomendó vigilar este silo hasta su vuelta. ¡Y eso hago! Hay reservas de munición, armas y comida. Lo suficiente para vivir... ¿Que cuánto tiempo llevo aquí? No lo sé.
Mar no cabía en su estupor. ¿Era posible aquello? ¿Era posible que aquel hombre hubiera cumplido una orden tan celosamente durante setenta años? Con la mayor dulzura que pudo reunir, le explicó.
-Señor Harris, la guerra hace mucho que acabó –el anciano la miró con a los ojos, como presintiendo lo que vendría a continuación–. Y lamento decirle que la perdimos.
El hombre, abrumado, empezó a llorar desconsoladamente.
–Lo siento –dijo ella–. Pero es la verdad. Quizá no debía de habérselo dicho tan repentinamente...
Él, con un gesto de la mano, la mandó callar.
–¿Queda alguien vivo de mis camaradas?
–No lo sé. Pero podemos averiguarlo. Debería salir. Acompáñeme. ¿Sabe? Las nacionales ganaron y gobernaron durante mucho años, pero el franquismo ya acabó. Tenemos una democracia. También hay monarquía, pero muchos de nosotros estamos luchando para que eso acabe. Ahora gobierna un partido de izquierdas... bueno, más o menos de izquierdas. El mundo de ahora no es mejor que el que usted conoció, quizá incluso ha empeorado. Pero nosotros aún no nos hemos rendido.
El viejo soldado la escuchaba atentamente, meneando la cabeza.
–¿Salir? ¿Ir adónde? Niña, mi vida ha sido este agujero. Mi ilusión era ver a mis amigos bajar por esas escaleras –las lágrimas volvieron a asomar a sus ojos–. Mi esperanza era la Libertad, la victoria contra el fascismo. Y me dices que perdimos –hizo una pausa–. ¿Salir? ¿Después de tantos años? Nadie queda ahí fuera. Nada. Todo está aquí. Aquí siempre pervivió la República –sonrió–. No toda España fue fascista. Un silo republicano resistió. ¡Y resiste! –miró con un renovado fulgor a Mar, levantándose–. Y dices que seguís luchando. Que seguís luchando por la República. Que, a pesar de todo, aún no os habéis rendido...
Mar asintió, orgullosa.
–Ni nos rendiremos. Justamente hoy hemos venido a celebrar aquí un acto de homenaje a ustedes, a los que dieron la vida y la juventud por nuestras ideas. No dejaremos que sigan impidiéndonos recordar la verdad. No dejaremos que nos hagan callar y nos digan que la lucha por el género humano no tiene sentido... Señor, de verdad, debería venir conmigo. Se han reunido muchos camaradas de aquella época, tal vez conozca a alguien...
El hombre la la miraba con concentración, como si las palabras de la joven le estuvieran haciendo madurar alguna idea.
–Esa guerra que perdimos... No, quizá no la perdimos en realidad. O en cualquier caso la hemos ganado ahora, después de estos años que dices que han pasado. Si aún hay gente como tú y tus compañeros, sólo puede significar que, tras de este largo tiempo de batallas, al final ha llegado para nosotros el momento de la victoria.
Mar le escuchaba asombrada, viendo materializarse en las palabras del anciano algunos de los pensamientos que habían pasado por su cabeza desde aquella mañana. Él le hizo un gesto con la mano en dirección a la salida.
–Gracias, chiquilla, por darme el Parte. Ahora vete. Déjame solo con mis recuerdos, con mis sueños. Con esta nueva esperanza.
Las empujó suavemente hacia el recodo. Mar y Zoe se volvieron una vez más hacia él antes de salir definitivamente, y vieron su figura engrandecerse por efecto de las sombras, con el puño izquierdo alzado. Parecía que poco a poco su imagen se iba difuminando, pero la voz que empezó a entonar el ¡Anda jaleo, jaleo! persisitió aún durante unos instantes, hasta que se apagó por completo.

Suena la ametralladora
y Franco se va a a paseo,
y Franco se va a a paseo...

Mar y la niña se vieron solas de pronto, en el exterior. Ya no había ni sombra del guardián. Pero ¿realmente había existido alguna vez? La joven tomó a su hija, que parecía haber olvidado ya el episodio, de la mano, y juntas caminaron en dirección al campamento. El asfixiante sol de aquel mediodía de julio caminaba ya hacia el crepúsculo, y a lo lejos pudo oír las risas de sus compañeros, que hacían ya los preparativos para la tarde y la noche: Oriol y El Rubio transportaban la pantalla donde se proyectarían las películas, mientras Roger y Tony preparaban un enorme barreño de Agua de Valencia y Sara y Víctor aliñaban una ensalada gigantesca para la cena. ¿Les contaría su extraña aventura?, se preguntó. Quizás otro día. Y se unió a la alegría reinante, junto a la pequeña, inteligente y intrépida Zoe.
El futuro.

1 comentario:

  1. Anónimo23:33

    Un cuento muy emotivo que tiene algo de realidad. La lucha continúa. Viva la Republica!!!

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